capítulo XII

Es la primera vez que Damián viene a casa. Es extraño verlo fuera de su hábitat. Me ha traído unas birras y un tupper con paella para una semana. Enviaré mi agradecimiento a Pamela y la paella a la basura. Tiene su mérito seguir haciéndola tan salada después de tanto tiempo. En mi piso Damián pierde su agilidad habitual. No sabe dónde ponerse, cómo mirar, ni qué decir. Las frases hechas y la política de bar se quedan en La Galbana. Sé cuánto le incomoda sentirse ajeno. Ha venido vestido de camarero. La camisa está llena de churretes y un bolígrafo senil asoma del bolsillo como si investigara el extraño lugar al que lo han llevado. Dejo en la nevera las cervezas, Damián se queda con una y la destapa con su propio abridor. Es como esos polis viejos de las películas, siempre va armado.

-¿Y la tuya? –pregunta.
-No me apetece, tío. –Saco una botellita de agua fría.
-¿Agua? ¿Es qué tienes sed o qué?
-Ja ja ja, sí, es un concepto nuevo. Pero te lo explico en otro momento. –Damián es un experto provocando sonrisas. Involuntariamente casi siempre.
-Pues vale –dice sin entender mi risa-. Oye ¿cómo estás? –pregunta a bajo volumen.
Ya me dio el pésame por teléfono. Al entierro no vino y no he sabido nada de él desde entonces. Nunca cierra el bar. No lo hizo cuando enfermó su padre, ni cuando Pamela dio a luz. Tampoco en navidad ni en ninguna otra fecha de esas a las que él llama chorradas.
-Estoy bien. Todo lo bien que se puede estar.
-Ya –asiente-.
-Después del entierro me rompí. Todavía estoy asimilando.
-Perdona que no…
-¡Venga ya, Damián! No pasa nada. Nos conocemos desde hace mucho. No me tienes que demostrar nada y menos disculparte.

Damián se alivia. Traía cierto miedo al reproche. Nunca le he reprochado nada, pero tampoco había sucedido algo parecido. Me alegra comprobar que no tengo la necesidad de eyacular mi rabia contra nadie. La verdad es que ni había pensado en él hasta hoy. Ha pasado una semana y no he pensado más que en mí y en Verónica los dos días que ha estado por aquí. Damián es una toma de contacto primaria con el exterior. Mierda, mi padre. Tengo que llamar a papá. Tengo mucho que hacer. La espalda comienza a soportar el peso de la realidad, me asustan un poco todas las obligaciones que me van viniendo a la cabeza. No me asusta afrontarlas sino la pereza que me producen.

-¿Qué has hecho estos días? –pregunta Damián rompiendo un silencio que no sabría cuantificar.
-Leer, me he leído tres libros –señalo con la vista tres ejemplares desordenados en la ex mesa del teléfono- y escribir bastante. En una semana habré terminado mi libro.
-¿Lo de los poemas, dices? –Damián nunca ha creído que fuese a terminar el libro. No le puedo culpar. Yo tampoco hubiera apostado un duro por mí.
-Lo que no sé es qué voy a hacer después. Si tuviera pelas lo publicaba.
-Mándalo a editoriales, lo mismo suena la flauta –dice el muy inocente.
-Claaaaaaro, cómo no se me había ocurrido antes. Voy a ponerme ya a pensar en qué gastar los beneficios.
-Vale, hombre, vale. Me doy por entendido.
-Perdona, hace ya varios días que la sutileza no es mi fuerte. –De hecho creo que ha cogido carrerilla y ha saltado por la terraza. Espero que se haya acordado del paracaídas.
-No pasa nada, ya sabes que para estas cosas no soy muy listo.
-¿Otra cervecita? –pregunto rechazando la actual conversación.
-Si te tomas una conmigo…
-Venga, hecho. –Lo cierto es que verle engullir la suya me ha producido una envidia tremenda.

En poco más de cuarenta minutos nos hemos terminado el pack de Mahou Cinco Estrellas. Ambos miramos en silencio la televisión. Un programa de esos en los que la gente estrella sus penas contra los televidentes sin escrúpulo alguno. El patetismo es bastante pegajoso, uno termina sintiendo lástima de sí mismo por encontrarse estampado en el sofá prestando atención a las cómicas tragedias de freaks y jubiladas. Al menos nos reímos. Esa risa sirve para sacudirse la caspa y fingir que no somos parte del teatro. Lo vemos para reírnos de ellos, se supone. Si una cámara nos enfocase a nosotros el bucle sería interminable.

-Lo de esta gente no tiene nombre ¿no tienen lavadora en casa? Hacen el ridículo llevando a la tele su colada –acierta Damián con ironía impropia de él.
-¿Cómo está tu “family”? –oso preguntar. Sé que no tiene ni puta gana de hablar de eso.
-Bien… Unos cabrones están hechos mis chavales, hacen lo que les da la gana.
-¿Y Pamela? –No entiendo muy bien este afán mío por trasladar el reality a mi salón; pero no puedo evitarlo.
-Como siempre. –Su cara se transforma en un puchero. Los ojos parecen dos orquillas sujetándole las facciones.
-¿Mal?
-Sólo conmigo. Ella está bien. Tío, sólo he venido a verte.
-Perdona.

El silencio vuelve a instaurarse entre nosotros. Damián ya parece sentirse a gusto. Se ha hecho con el control del mando a distancia y deambula por los canales de forma caótica. Yo hago lo propio con mis pensamientos, la cerveza trae a flote el malestar que parecía haberse ahogado en los primeros tragos. En mamá no pienso, la tengo ya instalada como inquilina en mi sesera. De ahí no se mueve. Caigo en que no he ido a la entrevista de trabajo, la primera en meses, en que no he tenido la puta delicadeza de llamar a mi padre, en los dos polvos lastimeros que me ha echado Verónica y en la excesiva calma que demuestro recluido en un piso en el que la mierda se empieza a amotinar a modo de pelusa. Pienso también en qué cojones voy a comer hasta que me vuelvan a ingresar las pelas del paro. Este mes ha estado lleno de excesos, por lo visto.

-Voy a irme ya. No quiero que el camarero esté mucho tiempo solo –dice poniéndose en pie y hurgándose uno de los bolsillos traseros del pantalón.
-Vale, yo debería limpiar un poco. Creo que las pelusas se empiezan a hacer fuertes bajo el sofá.
Damián saca un sobre amarillo de su pantalón. Juraría que las manchas del sobre tienen el mismo sabor que las de su camisa.
-Toma. Pronto es tu cumpleaños y no soy muy bueno con los regalos.
-¿Qué coño es esto? –Abro el sobre y trescientos euros se me posan en las pupilas-. No me jodas, tío. Ya haces bastante por mí…
-Es un puto regalo, joder. No seas tan orgulloso. No pienso venir todos los días a traerte paella. –Se ríe y me atiza una cariñosa colleja.
-Visto así voy a tener que aceptarlo. Si vuelves a traerme paella te echo de aquí a patadas.
-Le diré a Pamela que te ha encantado su detalle.
-No se te olvide –digo respondiendo a sus muecas humorísticas.

Como dos novios que no van a verse en unos días, nos abrazamos delante de la puerta. Él me dice que me cuide apretando con más fuerza en la parte final del abrazo. Yo le doy las gracias con palabras y reduzco de inmediato una lágrima que amenaza con darse a conocer.

-Pásate pronto por allí –me dice alejándose escalera abajo.
-Lo haré. Ese bar tuyo no puede mantenerse sin mi aportación, qué lo sé yo.
-Por eso lo digo, tengo que cuidar el negocio –y lanza un adiós que me llega rebotando.
-Adiós ¡Gracias!

Apago la televisión y pongo un disco de Jamiroquai. Rescato del armario de la cocina el cepillo y el recogedor. Pongo una lavadora. Aparto las botellas vacías de cerveza para el reciclaje. Hago una lista económica de la compra. Vuelvo a pensar en llamar a mi padre. Mañana, me dice una voz desganada y sin zapatos dentro de mi cabeza. Desembalo los trescientos euros y pongo mente en polvorosa hacía lo que debo hacer. No lo tengo muy claro pero parece renovarme una extraña energía. Mis células lo celebran. Descubro una camisa limpia y un pantalón que puede dar el pego. Decido olvidarme en casa el móvil y salgo. Hace meses que no doy un paseo porque sí. Al principio desconfío, pero mis pasos coordinan con fidelidad. El sol parece un huevo frito y descubro la temperatura como una guarnición perfecta. Y camino, hacia ninguna parte pero camino. A salvo y solo. Anónimo.

5 comentarios:

  1. Mari Carmen28 febrero, 2010

    La dura vuelta a la realidad contada tal y como es, o sería.

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  2. Ah, los amigos; esos amigos de la juventud, dispuestos a cualquier hora y dispuestos a escuchar hasta el masoquismo.
    Creo que son 20 años que no tengo uno de esa valía, cómo recuerdo y extraño el fandango y esos finales de confesionario.

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  3. Es curioso como desfilan algunas personas por tu vida, a empujoncitos, los damianes apenas existen pero algunos hay, y ni se dan cuenta.
    Pero te advierto ¡nada como la 1906 de la estrella de Galicia!, tendré que llevar un packa para damian y para ti, y a Pamela ni mentarle la paella.

    Nos leemos, my Brother

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  4. J for Juan04 marzo, 2010

    "Gran Victor". Una camara, almas pasando por el escenario del salón, resumenes diarios con voz en off... la vida en directo regalada a todos los voayeaurs del mundo.

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  5. Muchas gracias a todos por seguir apoyándoos en la barra con los ojos bien abiertos y los sentidos alzados. Sois un verdadero lujo.
    Besos y abrazos según proceda. Se os quiere.

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