capítulo XIII

Pelo largo, pies enormes, camiseta heavy de un grupo que desconozco y un libro de rol atentamente leído; echo de menos unas gafas de pasta. Un tipo corriente. Cabellera rubia y luminosa, falda dos tallas más pequeña, metal en los labios y las muñecas y mirada de poderlo todo y no intentar nada. Una joven del montón. Bolso del tamaño de un carrito de la compra, botines de oferta, pelo descuidado con las puntas quemadas y las raíces amenazando con decir la verdad. Una mujer aburrida. Este juego antes me divertía mucho más. Pronto me canso de adivinar vidas en las apariencias y me enchufo los cascos en las orejas. Oigo canciones aleatoriamente. Ninguna me cuenta nada. Parece que el vagón se agita mucho más en dirección contraria. El tipo de al lado ya me ha atizado un par de codazos, no es excesivamente molesto pero preferiría que no me tocase. La siguiente estación es muy céntrica, la mayoría de la gente se baja y el vagón reduce ampliamente su cuantía. En el otro sentido ocurre justamente lo contrario. Me gusta ser minoría. Me acerco a la puerta cuando aún faltan dos paradas, siempre me preparo con tiempo de sobra. Una última partida: miro a mi izquierda, facha hortera, culo grande… Conozco esos glúteos, es Laura. Me mira y alza las cejas, me recuerda su sonrisa y grita mi nombre. Me acerco a ella. Parece sorprendida de que sea yo quien camina. Dos golpes con las barras metálicas de los lados y estoy junto a ella. Inicio dos besos en la mejilla que interrumpe un pico pulcro y veloz en mis labios.

-Lo siento pero no tengo sal –dice con gracia iniciando el intercambio.
-Hola. –No tengo nada ingenioso que decir ni ganas de hacer el esfuerzo.
-No tienes muy buena cara.
-No la tengo nunca. ¿Qué tal?
-Vengo de acompañar a mi marido a la estación de tren. Se ha ido unos días a su pueblo, tiene a la madre pachuca.
-Ya. ¿Y qué tal? –insisto- tú, no su madre.
-Bien, bien. No creo que me vengan mal unos días sin obligaciones matrimoniales.
-La libertad gratis siempre es un regalo agradable –digo mirando a otro lado que no sea a sus pechos. Llevo demasiados segundos ahí.
-¿Vas para casa?
-Sí.

Apenas hablamos en el breve trayecto que resta. En nuestra parada ella baja primero. No iba a hacer alarde de caballerosidad pero ella tampoco lo ha permitido. Salimos de la estación y caminamos juntos hacia el destino. Habla sin parar sobre las cosas que ha hecho desde que no nos vemos, yo escucho con la atención justa. Me ha puesto al día de prácticamente todo a una velocidad alucinante y al volumen al que me tiene acostumbrado. El sonido me llega con retardo, camino junto a ella pero como medio metro detrás. Nunca uso el paralelo cuando camino con alguien. Casi nunca, mejor dicho. En la última parte de la, llamémosla, conversación mis oídos no le prestan ninguna atención. Laura efectúa un punto y a parte y reduce la velocidad hasta situarse a mi altura.

-Hace días que no te veo. ¿Estás a dieta?
-¿Cómo? –Si respondo con una pregunta es que me han sorprendido.
-No nos encontramos en la panadería. He ido variando mi hora para comprar el pan y no te veo –dice con timidez.
-No, no estoy a dieta.
-Bueno, en realidad ya lo suponía. Sólo quería preguntarte con delicadeza dónde te has metido. O sea, no es que me meta yo en tu vida, que no soy nadie, pero claro, me he extrañado un poco. De verte siempre a no saber nada de ti… No sé. Ya ves, tampoco me tienes que dar explicaciones, es sólo…
-Vale, vale. Que te entiendo perfectamente. Como me sigas dando explicaciones voy a pensar que me has echado de menos. –Esto debería haberlo dicho con una sonrisa, pero no he podido quitarme la cara de asco que tengo desde hace días y Laura se siente un poco cohibida-. Perdona, he sido un poco brusco.
-No pasa nada, está usted perdonado –y sus facciones vuelven a la normalidad.
-Vale, perdona de todas formas.
-¿Sabes?
-Pues no, no sé. –Esta vez si he logrado ser agradable.
-Estuve en tu casa un par de veces y no estabas.
-Ya, bueno, he tenido algunas complicaciones. Pero sólo he faltado un par de días, de hecho llevo bastante pasando casi todo el tiempo en casa.
-Si pensé en volver… Pero vi a una chica que entraba en tu piso con bolsas. Y usaba llaves. Así que…
-Aaaaaah, ya.
-¿Ya qué? –pregunta impaciente.
-Era mi ex novia.
-¿Era?
-No: es.
-¿Es qué?
-Es mi ex novia.
-¿Tu ex novia tiene llaves de tu casa y te hace la compra? No hace falta que me mientas chaval, que a mí no me debes nada. –Mi primera noción de enfado de Laura, temo que se ponga a gritar de pronto.
-Se ha muerto mi madre. Ha estado echándome una mano un par de días. –Ni puta idea de por qué le cuento algo que no quiero contar. Supongo que no me apetece enfadarla, o que no me conviene, o que soy demasiado empático con ella por algún motivo, o que no me viene mal un poco de lástima… O que soy tonto del culo.

Después de pedir perdón como trece veces, decirme cuánto lo siente, pedir perdón otra vez, volver a sentirlo y ofrecerse para cualquier cosa que necesite, llegamos al portal. Saco tabaco y le doy un cigarro. Fumamos apoyados en la puerta chupando el pitillo como si fuese el último. Creo que aún está en shock. Por más que he aceptado sus innecesarias disculpas y le he dado las gracias por sus reiterados pésames, parece no haber obtenido redención y metaboliza la nicotina con un nerviosismo extremo que me contagia. Fuma mirando al frente y mirándome de reojo. Creo que espera que diga algo. Qué coño voy a decir. Me alegro de conocer a tan poca gente, no necesito que cada día me recuerden lo sucedido, aunque sea con toda la buena intención del mundo. Las personas nos obcecamos en hacer de la buena intención un atenuante, pero lo cierto es que cuando algo duele, molesta, hace recordar o lo que sea, las intenciones no influyen en el resultado. Uno se duele, se enfada, recuerda o lo que sea del mismo modo. Un nuevo ejercicio de tristeza no es lo que necesito después de hablar con mi padre. He estado con él en casa, lo que era nuestra casa, y, aunque no ha sido algo traumático, no quiero, encima, tener que sentirme culpable por no haber gritado a los cuatro vientos que estoy jodido. Ahora, cuando la nicotina le haga efecto, volverá a sacar la conversación. Preguntará cómo ha sido, cómo estoy, qué pienso, por qué he estado encerrado en casa. Y que si mi ex novia por aquí, que si “lo que tienes que hacer” por allá…

-Uy. Veníamos charlando y me he olvidado de comprar el pan –dice apagando con saña el cigarro y llevando la contraria a mis pensamientos-. Voy a por él.
-Muy bien.
-¿No vienes?
-No. Lo mismo me pongo a dieta –y esbozo una sandía con mi boca.
-¿Quieres que cenemos juntos?
-Tampoco. Prefiero estar solo.
-Para cualquier cosa ya sabes donde estoy. Voy a estar sola varios días. –Habla Laura con la intención en verde.
-Vale.
Se va.
-Adiós –digo mientras se aleja.
Se sigue yendo.

Solo en casa, no la película sino mi estado, pienso en que este filete de pollo sabría mejor acompañado. Sé que Laura está al otro lado de la pared. Igual de sola pero seguro con otra comida más jugosa. Puede que hubiera tenido que aceptar su invitación a cenar. En breve estaré pensando en la conversación con papá y encontraré matices en los que no había caído antes. Recompondré la conversación en mi cabeza y encontraré también respuestas correctas con las que sustituir las que le he dado. Ni quiero pensar ni estoy concentrado para escribir y vaciar esta angustia nueva. Siento que necesito una decisión que odia los plazos cortos. Tengo que hacer algo ya, sacudirme la piel vieja e investigar hacia dónde deben mirar mis sesos.
Termino la comida y friego los platos, lo nunca visto. Saco el café del estante y busco la cafetera en el escurreplatos. Prenso el café y echo la mitad del agua recomendada. Quiero meterme un buen chute que me mantenga despierto, últimamente los sueños no son precisamente mis aliados. ¿Azúcar? ¿Dónde cojones he puesto el azúcar? Mierda, no tengo azúcar. Me debato entre el café más amargo del mundo y Laura. Unos segundos más tarde estoy pulsando el timbre de su puerta.

-¡Ey, vecino! ¿Has cambiado de idea? Voy a empezar a cenar ahora, estás a tiempo.
-No, pero gracias.
-¿Y entonces?
-Sólo necesito un poco de azúcar.

2 comentarios:

  1. Estas frases del texto me han encantado:
    La libertad gratis siempre es un regalo agradable

    Las personas nos obcecamos en hacer de la buena intención un atenuante

    Siento que necesito una decisión que odia los plazos cortos
    Creo que con ellas se tiene materia argumentativa para unos buenos versos

    Y después el relato me sigue pareciendo genial. Ese toque urbano donde el dilema, el sofocón y la "mala leche" se mezclan con las alegrías más sinceras.
    Un abrazote. Tino



    E

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias amigo Tino, intento siempre que la poesía esté presente. Mi abrazo de siempre.

    ResponderEliminar