capítulo VI

Hace cinco meses que Verónica me dejó. Guardo todavía sus mensajes en el móvil, una fuerza superior me impide pulsar “eliminar”. Lo he intentado muchas veces. Mensajes matinales del tipo “feliz día”, nocturnos porque me echaba de menos, “te quieros” llenos de emoticonos para subrayar el sentimiento, etc…
Todo empezó así:

-Vente a vivir conmigo.
-¿Qué?.-Me miró con la boca llena. Comíamos, quiero decir.- ¿Cómo dices?
-Vivir juntos, digo que podríamos vivir juntos. Siempre te estás quejando de tus padres y suplicando independencia. Podemos compartir el alquiler, los gastos… bueno, todo eso. Ya sabes. -Y ahorrar en teléfono, pensé.
-Es una decisión muy importante, además no me lo había planteado. No puedo dar una respuesta de pronto. Tío, estábamos comiendo tan tranquilamente…
-Y tan tranquilamente podemos seguir comiendo. No te alteres. -Demasiado tarde, la bestia ya había despertado.
-Joder ¿cómo me vienes con estas ahora? Sabes que mi vida es muy complicada, que necesito libertad, no puedo poner mi vida a disposición de otra persona… -Siguió enumerando hasta la incoherencia.
-Estas discutiendo contigo misma Vero, ya hace bastante rato que deduje que la respuesta es no.
-Es que la respuesta no es no, es que no puedo. -No se lo creyó ni ella.
-Si es por la mudanza no problem, ya me tienes medio piso invadido. -Mal momento para bromear. Es una virtud que yo tengo.
-Pues me llevo mis cosas y te quedas tan a gusto. -Vaya una amenaza.
-¿Pero qué me estás contando? Deja de defenderte que parece que te quiero joder la vida, coño.
-No te empieces a hacer la víctima ¿eh? Que nos conocemos. –soltó.
Aquí ya sabía que blanco o negro iba a dar lo mismo. Esta estrategia de hacerse la víctima pero culpar por ello a la otra parte la conozco. Se utiliza para pelear. Pelear desvía el tema central. Una pelea de esas sin reconciliación horizontal. Y el tema central se acaba convirtiendo en tabú. ¡Victoria! No se volverá a hablar de ello. Una de las técnicas más efectivas para evitar algo sin necesidad de negarse. Pero ese día mis neuronas estaban a las órdenes de Atila.

-¿Entonces qué? -desenvainé.
-¿Qué de qué?
-¿Que cuál es la respuesta?
-¿Es que tú cuando hablo te desconectas o qué? –desenvainó.
-Vale. Vamos a hacer una cosa: yo te pregunto y tú me contestas afirmando o negando, no con otra pregunta. No sé dónde he leído que las conversaciones van más o menos de eso.
-Te pones insoportable cuando te comportas así.
-¿Cuándo me comporto como un ser racional?
-¿Quién está respondiendo ahora con preguntas? -Creyó que se iba a anotar un tanto.
-Tú. Me has dicho que me pongo insoportable, te he preguntado cuándo y tú has contestado de nuevo con interrogantes. Tú eres la que ha vuelto a responder con preguntas.
-Eres un imbécil. Vamos a dejarlo. -Se refería a la conversación, lo de abandonarme como a un perro fue más tarde.
-No, no vamos a dejarlo, vamos a empezarlo. ¿Te quieres venir a vivir conmigo? Opción A: sí, opción B: no. Ah, y no sabe/no contesta igual a no. ¿Quieres?
-No. -Menos mal que empezó a flaquear, casi no me quedaban fuerzas.
-Ea, pues ya está. No se ha muerto nadie porque me hayas dicho la verdad. -No iba a mojar esa noche, seguro, pero había ganado y sentía cierto orgullo patético.

Pasaron un par de semanas. Empezamos a vernos menos, supuestamente por trabajo. De buenas a primeras el trabajo le ocupaba más tiempo del habitual. Y se transformó en una estudiante que, calculé, pasaba cinco horas diarias en la biblioteca. Creo que desde Nueva Zelanda podían notar el olor a chamusquina. Sus sms ya no finalizaban con el caluroso “tqmmmmm” o el excitante “T ncsito”. Pasó directamente a un frío “Bss”. Eso es lo que le pongo yo a mi madre después de decirle que el domingo no podré ir a comer.
Hubo un par de polvos, eso sí, pero todos de cama. Pasaron a la historia el sofá y la ducha. Y no volvimos a pedir comida china. Esto último no sé exactamente por qué sucedió. Hoy todavía no sé interpretarlo, pero se ve que era algo superimportante si lo escogió como señal de la ola de frío que amenazaba el sur de mi cuerpo. Lo último fue cambiar las prioridades: cine en lugar de videoclub. Un jab de izquierdas directo a la mandíbula.

Un viernes resultó el día clave. Quedé en llamarla para preparar conjuntamente el programa del fin de semana:

-Hola -a secas, contestó.
-Hola cariño. -Un último esfuerzo por principios. Por esperanza.
-Tengo que hablar contigo.
-Supongo que eso no significa que se te ha ocurrido un plan cojonudo para esta noche.
-Déjame hablar, esto no es nada fácil.
-¿Que no es fácil? Me halagas. -Bendito sarcasmo-. Sorpréndeme. ¿Cuál ha sido tu elección?: necesitas tiempo para pensar, es por ti y no por mí, no me mereces…
-Ya no te quiero.
Dos lágrimas como dos copos de nieve en octubre. Me apresuré a disimularlas.
-¿Te has dado cuenta hoy al levantarte? ¿Así, sin más?
-Por favor…
-Vale, continúa. Si es que hay algo más, lo mismo te apetece regalarme una explicación.
-¿Recuerdas al día en que discutimos por lo de vivir juntos?
-Sí. Comías un filete de pollo. Y llevabas el vestido azul.
-Pues empecé a plantearme las cosas -lo de cosa iba por mí, digo yo- y me he dado cuenta de que no quiero vivir contigo ahora, ni nunca. Nunca te voy a poder dar lo que quieres. O lo que necesitas, no sé.
-Vaya…
-Perdóname, soy lo peor, creo que no soy capaz de amar... -Soltó un enorme discurso sobre lo malísima que es ella y lo estupendo que soy yo. Una media hora escupiendo dramas mientras yo aguantaba los salivazos.
-Pues… Si no tienes nada más que decirme ya está todo claro.
-No cuelgues, así no. No podemos quedarnos así.
-Claro que podemos, tú nos has puesto así. Lo tienes decidido y me parece bien.
-¿Bien?
-Bien –mentí.
-Pues nada entonces. Sólo adiós, supongo.
-Adiós. Que te vaya bonito -finalicé. Colgué y todas las lágrimas del mundo me erosionaron las mejillas hasta que casi las sentí resbalar por los huesos.
Rompí dos fotos, tiré su cepillo de dientes por la ventana y actualicé el iTunes . Todas las canciones tristes que puede soportar un hombre sin ser carne de psiquiátrico. Ninguna de Alex Ubago, que uno es libre de flagelarse cuanto quiera, pero con estilo. Dos días enteros en cama, tres noches completamente borracho. El lunes ya volví a parecer persona, caminaba erguido y todo eso. Mi cabeza propuso un contrato vinculante al olvido y mi cuerpo salió a patear la ciudad en busca de un curro fácil y bien remunerado.

Hoy, en paro y con la memoria en estado comatoso, he decidido borrar los mensajes: Bandeja de entrada-seleccionar todo-eliminar (el verbo más difícil de toda la primera conjugación). Espacio libre 21 kilobites. Ya me cabe un alma.

8 comentarios:

  1. Simplemente maravilloso... estupendos diálogos que describen en forma clara la personalidad de cada uno de los personajes. A esta altura ya podría decir como puede llegar a actuar el protagonista en determinada situación de su vida...Un placer leerte...
    Mir

    ResponderEliminar
  2. Creo que con la historia de hoy te has superado. La forma en la que describes un hecho tan normal pero a la vez tan importante para quien lo vive....me dejas sin palabras para halagarte. Feliz año¡¡

    ResponderEliminar
  3. ...

    (esto significa sin palabras, touché)

    ResponderEliminar
  4. Me ha encantado este capítulo, ehorabuena.
    La verdad que tienes algo oculto aunque aún no sepa describirte,(me gusta ejercer de crítica de vez en cuando jeje. Me gusta ser cómplice de la sinceridad) ;) Enhorabuena por segunda vez!

    Hasta ahora me va gustando, (un tanto... inusual ver el lenguaje tan expresivo ,de la calle;, pero en eso consiste el personaje, y le das la pincelada con la jerga de hoy. Este capítulo ha sido muy bueno.

    Ánimo que se pone interesante!
    Gracias por compartir ese don.
    No nos conocemos, pero dejos unos besos.
    A disfrutar y felíz año!

    ResponderEliminar
  5. Wow Mirta, eso es genial, me deja la sensación de uno de los objetivos cumplidos. Es una noticia estupenda que seas amiga del personaje. Placer que leas. Todo mi abrazo.

    ResponderEliminar
  6. Qué bueno Carol verte por estos lares. Muchas gracias por estar cerca. Besazos

    ResponderEliminar
  7. No te digo na´ porque ya te puedes imaginar cómo me gusta que eso pase. Un abrazo de esos

    ResponderEliminar
  8. Hola Rebeca, lo primero de todo darte las gracias, tanto por la lectura como por dar tu opinión. Es muy importante conocer lo que piensa alguien que se se siente cómplice de la historia (esa complicidad, de hecho, ya es más que agradable).
    En el fondo sí que nos conocemos un poco: ya ya sé quién es una lectora y tú me conoces bastante, cada diez días u poco más.
    Es de verdad muy agradable contar con tu opinión y tu lectura.
    Mi abrazo sincero Rebeca.

    ResponderEliminar