capítulo VII

Hoy tengo que trabajar. Me ha llamado Pamela para hacer un extra esta noche. Una cena de empresa o algo así. El camarero está enfermo, no es el primer lunes que le surge una indisposición. A mí me viene bien, me saco unos eurillos que me apañan la semana y me ayuda con la teoría de que no soy un vago. Me extraña que no me haya llamado Damián. La versión oficial es que lleva toda la mañana de papeleos, la extraoficial se llama Virginia.
En el armario, a la derecha, tengo mi disfraz de ser productivo: camisa blanca, pantalón negro de pinzas y un cinturón de persona mayor color azul. Los zapatos son de esos de 24 horas. Ciento treinta euros. ¿Caro para unos zapatos? No, caro para cualquier cosa que se lleve puesta. El vendedor me dijo “nunca te dolerán los pies”. Y llevaba razón, no me duelen; pero cuando me los pongo pienso más en los ciento treinta pavos que en el bienestar plantar de mis herramientas de paseo. No he vuelto a pisar el Corte Inglés.
Lo bueno de currar en La Galbana es que no tengo que esperar a que el camarero me sirva la cerveza, lo malo que hay que estar de pie y no puedo ignorar a la gente. La mayoría de los clientes me conocen. Tengo su respeto por ser amigo de los dueños. Yo también les conozco, pero no por sus nombres sino por lo que consumen. Entre lo que sé y lo que adivino podría atender al setenta por ciento sin cruzar palabra. Son datos científicamente demostrados. Como demostrado está también que mi presencia aumenta los beneficios de la Mahou. Estar detrás de la barra es mucho más fácil que estar delante. Atiendes y te vas. Los clientes pasan de ti en cuanto cumplen, si lo hacen, con el saludo protocolario. Luego sólo eres el tío que les emborracha. Si alguien te llama con el vaso lleno es que algo pasa. Va a contarte sus penas o a echarte la bronca. Yo prefiero la bronca. Eso de que el camarero es un gran psicólogo es una gilipollez. La niña de la curva de la hostelería.

Llego diez minutos antes. Una cervecita y me pongo. El bar está en su tiempo muerto, dos clientes como dos exclamaciones abren y cierran la barra. Damián lee el Marca en el centro, equidistante por eficiencia. Es un camarero de los buenos. Pamela no suele estar por las tardes, tres niños son muchos niños. Hoy no es una excepción. Saludo a Damián. Con un abrazo, siempre. Me cuenta lo de Virginia y me pongo a currar.

-¡Chico, dos cervezas!
-Hola. –Se dice hola, joder. Les miro.
-Dos, dos cervezas.
-HO LA. Ahora mismo –capullo.
-Que estén bien bien bien frías.
-Están todas igual –respondo poco agradable.
Se creen que tengo un congelador supersecreto. Con la élite de las cervezas esperando rociarse en sus exclusivos labios. Será gilipollas. La primera hora siempre se me hace pelín difícil. Luego me dan igual las voces, que todo lo tiren al suelo, que quieran pagar una ronda de menos, que pierdan la dicción… Me resbala. Cualquier barman sabe que en determinado momento todo se le irá de las manos. Está tratando con una raza impredecible. El truco es no hacerles ni puto caso; sólo funciona si se hace con convicción.

A las 21:30 entran los culpables de que no esté en mi sofá viendo una peli. Echo mis cuentas: se sentarán como a las 22:00, empezarán a comer a y media y terminarán a las 23:15. Postre, bromas y chupitos de parte de la casa hasta las 23:45. Y después exaltación de la amistad. Despreocupación monetaria pidiendo güisquis con las etiquetas negras o doradas. Siempre hay problemas para cobrar en estos casos. Y para terminar a esperar a que se harten. No se hartan. Indirectas como bajar los cierres y la luz: obviadas. Se les dice unas ciento cincuenta veces que ya nos vamos, y acabamos invitando a una última ronda que tardan un siglo en beber. Después a casa. Ducha caliente y cama fría. A por ellos.

-Muy buenas ¿qué va a ser?
-Un momento, que faltan algunos.
-Muy bien, no hay prisa. –En verdad sí la hay, pero entra en mis planes.
Llegan todos, son quince. Sus voces llenan el bar. El líder se encarga de el duro trámite de hacer el pedido. Se acaba de convertir también en el que se tendrá que encargar de hacer la colecta cuando pidan la cuenta. No sabe lo que hace.
-A ver chico, nos vas a poner: tres botellines, no, espera, uno, dos, tres… cuatro, cuatro botellines, perdona; tres jarras de cerveza, dos cañas con limón, una coca cola para este mariquita, un rueda fresquito, dos riberas, dos riojas y para mí… otro ribera, que la cerveza me hincha.
-Perfecto. –Esto está chupado. En dos minutos todo servido con sus aperitivos correspondientes.

Damián sale de la cocina listo para la batalla. Somos espartanos y acabaremos con ellos aunque nos superen en número. Suelo jugar a estas cosas. De pronto suena la sintonía de respuesta incorrecta. Damián habla con el líder persa: por lo visto no se van a quedar porque ha pasado no sé qué. A alguien se le olvidó llamar para anular la cena. Sólo están calentando motores para irse a un restaurante nuevo que han abierto en el quinto coño. Pues yo me voy a tomar un tercio a la salud del enemigo. Y a su cuenta, claro. Precio de las consumiciones 26.20 €, en caja 29.50 €, bote 1.80 €. Barato para la cara que se le ha quedado a Damián. Se marchan y nos quedamos solos.

-Me cago en la puta –rumia Damián.
-Ya. –Se han retirado sin presentar batalla. No podremos quedarnos con el botín. Juego demasiado.
-Toma –me da 60 eurazos-. Tú vete que ya me encargo yo de recoger. Cierro y me voy a casa que estoy hasta los huevos.
-Si sólo son las diez, tío.
-Qué más da, si ya hoy no vamos a hacer nada.
-Lo digo por la pasta, apenas he “currao”.
-Lo mismo da que da lo mismo. No es culpa tuya. ¿Te veo mañana?
-No.
-¿Mañana no vienes? –se extraña.
-Sí, sí que vengo. Pero te ayudo a recoger y nos vamos a tomar una guión unas copas ¿te hace?
-Me hace. Echa los cierres. ¿Haces la barra? Yo me pongo con la cocina.
-Hecho. Pero me acercas luego a casa ¿no? –Sé que cuando terminemos ya no habrá metro.
-Claro tío.

Pienso en la sobredosis de Espidifen que voy a necesitar mañana. Tengo de sobra. Limpiamos en tiempo récord y salimos por patas al antro más cercano. Sé que mis sesenta euros quedarán intactos, salvo por lo que gaste en tabaco. Damián me contará la frecuencia con la que piensa en separarse de Pamela, que cada día es más difícil abrir el bar y que tiene jodidos los pies. Pagará la cuenta y me llevará a casa. Y el mundo parará para que podamos volver a subirnos mañana.

12 comentarios:

  1. Pues sólo me cabe darte la enhorabuena, me tiene enganchada a mí esta galbana...me encanta. Hay humor ácido, pero no es corrosivo, lo cual agradezco en cualquier buen escritor, describes muy bien, "entonas" muy bien, ambientas estupendamente tan sólo "hablando" el protagonista en primera persona.
    Ah!, y chapeau por esa metáfora al principio, las dos exclamaciones de la barra.
    Gracias por el aviso, Antolín

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  2. Excelente.Me ha encantado la manera de llevar el texto del protagonista y los diálogos, muy bien ajustados a la "realidad" de lo que se argumenta. Enhorabuena
    Un saludo.
    S.T.Cañadas

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  3. Estupendo relato. Me encantó esta historia. Con ese tono ácido del cotidiano-impotente que la hace interesante. Me gustó. Un abrazo. Tino

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  4. Este personaje empieza a convertirse en algo algradablemente cotidiano. Gracias. Rocío

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  5. Hola Sofía, muchas gracias por todo. Me alegra que te diviertas leyéndolo tanto como yo al escrbirlo. Todo mi abrazo.

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  6. Gracias Sonia por dejar constancia de tu pasao por La Galbana, un placer "verte" y conocer tu opinión. Mi abrazo

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  7. Gracias Tino, tu cercanía es un regalo. Ese abrazo.

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  8. Gracias a ti Rocío por hacerte amiga de este tipo. Un fuerte abrazo

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  9. Sigo enganchada. Abrazo.

    Isabel

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  10. Gracias Isabel, me alegra saber eso. Mi abrazo

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  11. Ya me toi poniendo al día, me ha costado, pero una vez puesto a ello no puedo dejarlo... me engancha... voy a por el siguiente.

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  12. Ja ja ja, estupendo Natalia, muchas gracias. Kisses

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