capítulo XV

“Puede usted empezar mañana”. La tan ansiada frase no me ha producido la alegría que cabía esperar, pero sí tengo una agradable sensación. El trayecto es un poco largo. No me importaría si no fuese porque es a las siete de la mañana cuando tengo que estar allí. Nunca me han resultado problemáticos los madrugones, es sólo que hace demasiado tiempo que no los uso. Para no variar juego a las vidas y escucho música oculto en mi cabeza gacha. Voy a la Galbana a contárselo a Damián, creo que se alegrará tanto o más que yo. Tendremos que vernos menos, aunque desde lo de mamá sólo nos hemos visto tres veces contando su productiva visita a mi piso. Pienso en cómo contar lo del trabajo y cierto nerviosismo, aliñado con la impaciencia habitual, me perturba un poco. Dejo de escuchar la música y centro los ojos en la proyección mental de la escena. Un súper abrazo, unas cuantas sonrisas y bromas derrochando amistad, unos alegres botijos y resistencia guerrillera para rechazar la invitación de Damián a celebrarlo por la noche. Tengo que hacerlo. Vaya… Mañana empiezo a currar.
El kiosco me pide un poco de atención, el impulso metódico de comprar el País y el Marca no ha desaparecido del todo. No es molesto. Continúo sin contar los pasos y las vistas de La Galbana tienen algo distinto, como si el hielo hubiese perdido al presidente de su club de fans. Es el toldo, creo que ha cambiado el toldo. Satisfecho con mi capacidad de observación y mi sublime perspicacia, subo los escalones y aparezco despampanante. Damián está solo, una mesa con viejos jugando al mus es el único atrezo de compañía. Asoma la cabeza por la puerta de la cocina y alza el brazo. Está preparando con agilidad unos aperitivos. La velocidad a la que los prepara da la sensación de aforo completo.

-Qué pasa, tío –dice sin bajar las revoluciones.
-Pues mira, aquí para que no se te olvide mi cara –respondo sin gracia.
-Eso está bien ¿Quieres uno de estos? –señalando los canapés en los que trabaja.
-No tío, gracias. ¿Pamela? ¿Comprando?
-Estoy solo. Lleva unos días sin venir, está pachucha la pequeña.
-¿Pero está muy mala?
-Un resfriado mal llevado, ya casi está bien.
-Pues me alegro de que no sea nada –verdaderamente he sentido alivio-. ¿Y el camarero, tío? ¿No te echa una mano?
-No puede venir por las mañanas. Hace un curso de no sé qué, o eso dice.
-Coño, a lo mejor es verdad. Haberme llamado.
-No puedo pagar a nadie más.
-¿Tanto va bajando la cosa?
-De culo y cuesta abajo. Este el primer mes que de verdad he tenido que hacer malabares con las cuentas para que salgan medio bien –responde resignado y la cara se le pone color agobio.
-No sabía que iba tan mal…
-Bueno… a otra cosa tú, que bastantes vueltas le doy a la cabeza para encima cebarme hablando. ¿Tú qué?
-¡Mañana empiezo a currar! –Los problemas de Damián desaparecen y tomo mi posición en el centro del universo.
-Muy bien, tío. Me alegro. ¿Dónde?
Joder ¿y mi abrazo? ¿y mi botellín helado? ¿y la lucha sin cuartel por evitar salir esta noche para terminar saliendo? ¿Y el puñetero centro del mundo, si estaba aquí hace un momento?
-En el centro comercial de las afueras. En un bar de allí, para ser exactos.
-Guay, me alegro.
-Ya sé que te alegras.
-Claro, tío. Somos amigos.
-Ya. Es que lo has dicho dos veces.
-¿El qué? –pregunta terminando la bandeja de canapés y dándome el que antes rechacé.
-Que te alegras –digo con la boca llena.
-Porque me alegro mucho –tuerce la sonrisa como siempre y pasa a la barra-. ¿Botijito?
-No, una Coca-Cola ponme.
-Uys, que “fisno” el currante ¿te la pongo Light? –me pregunta con recochineo.
-Ponla normal, podré soportarlo.

A un lado de mi extravagante consumición, Damián, al otro, yo. Escucha y hablo. La hora a la que entro, cómo fue la entrevista, cuánto pagan, qué tal es el sitio, cómo me siento, otra vez cuánto pagan… Los viejos del mus abandonan el bar en manada, no sólo juntos, también ruidosos como una huída. Damián me sigue escuchando con atención soberana. Es raro. No sé si lo lógico, pero sí lo normal, es que me escuche a trozos y sea efusivo. Hoy todo lo contrario. En intercambio de papeles en la actitud de Damián es desconcertante. Aún así tengo el placer de ser escuchado. Escucharme yo es algo que suelo agradecer, pero la sensación de un oyente aliado tampoco es precisamente desagradable.

-Así que ya ves, otra vez vuelvo a ser un miembro productivo de la sociedad –digo.
-Te lo cambio, te regalo el bar y me quedo con tu curro –bromea.
-No exageres, hombre. Verás que sólo es un bache, ya subirá.
-Eso espero. Te veo contento, te va a sentar bien volver a activarte.
-No sé si me sentará bien activarme, pero la pasta te aseguro que sí.

Un par de grupos entran en el bar y Damián deja de prestarme atención. Le sigo con la mirada y me invaden las ganas de trabajar. Es verdad que estoy contento. Mañana a estas horas seré yo el que esté sirviendo cervezas. Tengo que revisar mi lista de chascarrillos y frases hechas de camarero, no me gusta demasiado utilizarlas pero los clientes suelen recibirlas bien y eso se reproduce en propinas. El bote es algo muy importante para un camarero, confirma que el trabajo está bien hecho y ayuda a pagar los vicios. Es un secreto que no solemos confesar: la pasta del bote suele ser un fondo de juerga.
Termino de un trago la Coca-Cola que, aguada y sin una burbuja, ahora sí parece Light. Reviso los bolsillos comprobando que lo llevo todo conmigo y encuentro una memoria flash. Recuerdo que me la guardé en el bolsillo hace un par de días, he guardado en ella el poemario para imprimirlo. No sé qué narices voy a hacer con él, tal vez haga caso a Damián y lo empiece a mandar a editoriales. ¿Por qué no? Con un par, lo peor que me puede pasar es que me quede como estoy. Además, no tengo que andarme ya con tantos miramientos con la pasta. Dentro de poco volveré a cobrar un sueldo que no venga del Estado. Sí, lo imprimiré antes de llegar a casa, creo que de camino hay un sitio de estos que hacen fotocopias ¿una copisteria? No sé, cómo se llame. La copistería es un buen nombre para un garito. Voy a hacer cinco copias. Qué coño, diez copias, voy a mandarlo a todos los sitios que se me ocurran. Yo publicando un libro y con trabajo estable… no suena nada mal.

-¡Tronco! –llamo a Damián-, que me piro.
-¿Ya? –me responde desde el otro extremo de la barra, donde una rubia le pone ojitos y tontea descaradamente. Él se deja-. Bueno, pues pásate mañana, o llámame y me cuentas.
-Eso está hecho, seguramente me pase a la vuelta. Tengo que pasar por aquí de todas formas en el metro.
-Vale mariquita. Y ya nos tomaremos unas copillas para celebrarlo ¿no?
-Hecho también.
-Pues lo dicho, hasta mañana, tío –dice acercándose y rubricando con un abrazo.
-Ah, que muy chulo el toldo –digo finalizando el abrazo y sonriendo sin motivo aparente.
-¿Qué toldo ni qué toldo?
-¿No es nuevo el toldo?
-¿Nuevo? Pues estoy yo para tirar el dinero en gilipolleces. Estás tú bueno, vete a que te revisen la vista antes de empezar a currar, a ver si le vas a poner cerveza a los niños. –Se ríe y vuelve al extremo donde la rubia le espera.
-Adiós Damián.
-Venga. Se bueno.

Al salir alzo la vista y miro el toldo: “Cafetería-cervecería La Galbana” en letras con la tipografía hortera y un color amarillo chillón. Yo este toldo no lo había visto en mi vida. Me alejo en dirección al metro, vuelvo a mirar atrás. Sigo pensando que La Galbana tiene algo diferente. Compruebo otra vez que la memoria flash está en su sitio, la saco y la miro como si pudiese leer su contenido. Paso ante un escaparate que me devuelve un reflejo con cinco años menos. Voy a imprimir un poemario y mañana empiezo a currar. Qué vida ésta.

6 comentarios:

  1. Mari Carmen10 abril, 2010

    Pues eso, qué vida ésta!! Qué de giros nos mete la condená!!!!

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  2. Destaco de este diálogo estas frases que me parecen muy buenas y dignas de tenerlas en cuenta:
    "Para no variar juego a las vidas y escucho música oculto en mi cabeza gacha."

    "Escucharme yo es algo que suelo agradecer, pero la sensación de un oyente aliado tampoco es precisamente desagradable."

    "Paso ante un escaparate que me devuelve un reflejo con cinco años menos. Voy a imprimir un poemario y mañana empiezo a currar. Qué vida ésta."

    la última, con la que se cierra este capítulo creo que es muy bueno. Una especie de ciálogo consigo mismo, con ese espejo interior teniendo el "espejo-escaparate" como argumento para la metáfora. Después de un diálogo de "besugos" en la galbana, este punto final de imprimnir un poemario, gesto de plasmar las intimidades más íntimas viene bien.
    Me gustó mucho. Un abrazo y hasta la próxima entrega.
    Tino

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  3. La cosa se anima. Ya era hora de pisar el cuello de la serpiente, a la poética de la desolación.

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  4. Mari:
    Ya ves, que no sabe ella estarse quieta. Muchos besos.

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  5. Gracias Tino, siempre tan generosa tu mirada. Mi abrazo

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  6. Completamente de acuerdo Paco: YA ERA HORA.
    Muchas gracias, maestro.
    Ese abrazo

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