capítulo VIII

No ha traído el azúcar. La muy descarada se ha plantado en mi casa con la bata más sexy que jamás haya salido de Taiwán y sin azúcar. Doble trabajo para mí y mis instintos gustativos. Podré soportarlo. Enciendo el fuego. Gas, cerillas y café torrefacto. Hay que hacerlo así para que conserve el aroma, dicen. No me lo creo, pero para qué correr riesgos. También he comprado algo de licor. Laura está a mi lado observando mi ritual cafetero. Me hago el interesante y saco las tazas buenas. Sus piernas son una autopista de sentido único. Lleva unas ridículas zapatillas de ositos, pero en cuanto llego a las rodillas el oso se convierte en el animal más sensual que haya diseñado la naturaleza.

-¿Así haces el café? –pregunta.
-¿Y cómo lo voy a hacer? –A tomar viento mi interesantísimo ritual.
-No sé, no es que tengas que usar la cafetera del Clooney pero ¿no tienes cafetera eléctrica?
-Pues no. -¿Por qué me está molestando esta conversación?
-No te enfades, ja ja.
-No me enfado pero ¿qué más da? No ha existido siempre la cafetera eléctrica. Además, así sabe mejor.
-Ah, sabe mejor… ¿Y eso por qué?
-Yo qué sé, pero sabe mejor.
-Todo es probar. Huele muy bien, eso sí –me regala un pellizco a la altura de las costillas y esboza una mueca simpática.
-¿Ves? –digo triunfal.
-No, no veo. Huele bien, ya veremos si sabe igual. -La tipa de los gritos me está vacilando. Ojalá fuese capaz de seguir llamándola zorra. Eso facilitaría mucho las cosas a mi sistema nervioso.
-Touchè –pienso-. Tuché –digo. Y se ríe. Y se acerca. Los ojos se le han vuelto agudos.
-Eres un personaje. Es extraño que no tengas novia, los raros son caviar para las tías. –Y se queda tan ancha.
-Pues será que no soy raro. O que soy la famosa excepción que confirma…
-No eres ninguna excepción –se apresura a decir.
-¿Qué?
-Que sí que eres raro. O sea, eres raro y no tienes novia. Eso te hace excesivamente raro.
-¿Y eso cómo lo sabes tú? A lo mejor sólo soy discreto.
-Las paredes son cartón, cielo, y no cumples con los horarios de alguien que tiene que dar explicaciones. Siempre te veo solo cuando me encuentro contigo. Y en la panadería se te pone una cara de soltero que no puedes con ella, por cierto.
-He tenido novia hasta hace relativamente poco. Y tengo muchas amigas –aclaro.
-Me alegro por ti. Pero eso: que no tienes novia. Te cuesta mucho dar la razón a los demás ¿no?
-No. Bueno, sí. A veces. –Me rindo y busco una mirada cómplice. La encuentro. Justo debajo sus pechos también buscan complicidad.

Sirvo el café. Con hielo, con leche. Yo, ella. Estoy acostumbrado a que mis visitas vengan por unidades, se sienten en el sofá perpendicular al mío y me miren mientras hablan. No se comporta como una visita. Se sienta junto a mí. Su espacio vital se come el mío de una atacada. Tres cucharadas de azúcar a mi derecha, una y pico en mi café. Eso me recuerda de nuevo que no ha traído el azúcar. Habla mirando al frente, pero el breve contacto de su pierna vale más que una pupila. Muevo el café, saco la cucharilla de la taza, bebo. Mueve el café, deja la cucharilla en la taza, bebe. He olvidado calentarle la leche. No me llevo bien con el microondas. No dice nada pero yo sé que no va a haber sexo. No va a haber sexo y, además, no va a haber sexo. Su respiración y mis sorbos son los únicos que se atreven a romper el silencio. Venga va, échale valor. Di algo.

-Qué tal el café. –Y la lucidez saltó por la ventana.
-Ja ja ja.
-¿De qué te ríes?
-El café está helado. Hacía tiempo que no me tomaba un café tan malo.
-Me alegra que te haga gracia, por lo menos. –Yo hacía tiempo que no me sonrojaba. Me gusta.
-Voy a darle un calentón en el microondas –dice
-No, no, tranquila. Ya voy yo.
-Vale. Pero ahora no lo vayas a hacer hervir hasta que me quede pegada a la taza –dice mientras guiña.
-Haré lo que pueda. –No es a la taza a lo que quiero que te quedes pegada. La dejo en el sofá y soluciono la temperatura del café. Siento cierto nerviosismo al separarme de ella. Una tenue angustia se me clava entre las piernas.

Vuelvo al salón y se ha puesto más cómoda. Los ositos están en el suelo y sus pies sobre el sofá. Su comodidad me anima. Tal vez sí haya sexo finalmente. Le doy la taza. Titubeo, no sé si sentarme al lado o hacer útil el otro sofá. Voy junto a ella. Sus pies son cálidos, no tiene las uñas pintadas como imaginé. Definitivamente me gustan sus piernas. Los pies secundan la moción. Los pone sobre mí, se estira, la fuerza de rozamiento del sofá se queda con el extremo inferior de su bata. Me descubro poseído por un impulso que para nada es razonable. Los dedos de mi mano izquierda han invadido los huecos entre los suyos del pie derecho. Los contrae y mi mano queda atada. Tengo otra. El movimiento, esta vez sí, razonado de mi extremidad insurgente entre sus muslos provoca su primer gemido y mi primer síntoma de arritmia. El aroma del café me ocupa las fosas, me parece que nadie va a beber café. Me lleva la contraria. Se levanta. Su cintura a la altura de mi frente. Sorbe un poco de café mientras me acaricia la cabeza. A horcajadas propone un primer beso al que respondo robándole el sabor a café de los labios, la lengua, los dientes…

- Oye ¿y Germán? –pregunto.
- ¿Te ha hecho a ti algo el clímax para que lo boicotees con tan poquitos escrúpulos?
- No, es que…
- Cállate anda. Y ven aquí. –Obedezco. Voy. Justo a donde ella me ha dicho. Lato, condeno, retrocedo. Seduce. Abro, colmo, respiro. Inventa. Resbalo, suplo, vuelco. Exige. Tres minutos. Bastante menos que casi siempre, algo más que casi nunca. No pasa nada, era de prueba. Un rato y estoy como nuevo. Necesito una copa.

-¿Quieres una copa? –me levanto nervioso-. Tengo ron…
- No puedo cielo. Está a punto de llegar Germán.
- ¿Qué? Si me habías dicho…
- No he dicho nada. Pero perdona, sé lo que has entendido. -Comprensiva ella.
- Joder.
- Lo sé. Y no te preocupes, la próxima será mejor.
- ¿La próxima? –Creo que me está tomando el pelo.
- Claro ¿no me piensas volver a invitar a café?
- Sí, sí. Sí que te invito. Cuando quieras. Cualquier día. Mañana. Ahora.
- Tengo que irme, de verdad. Eres un amor, pero tengo que estar en casa ya. –La miro atentamente mientras vuelve a uniformarse de ama de casa. O la bata ha encogido o mis ojos han exagerado su profundidad-. No me acompañes a la puerta. Dame el último beso. –Obedezco de nuevo.

Se contonea hasta la puerta. Echa un vistazo por la mirilla y desaparece tan ágil como deprisa. La puerta se cierra como un disparo con silenciador. Estoy desnudo en el sofá. He caído en la cuenta cuando me ha rozado la bala. La soledad me proporciona una nueva vergüenza. Me visto deprisa; la camiseta del revés. Enciendo el ordenador. Iba a escribir unos versos, pero termino buscando cafeteras eléctricas en Internet.

11 comentarios:

  1. La conclusión aplastante: el café está sobrevalorado.

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  2. Se veía venir. La de los gritos no le va a dejar tranquilo. Pobre. Yo creo que recuperará porque la vida no puede ser así ¿O sí?

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  3. Pobre hombre està subvaluado.-

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  4. Ja ja ja, eso dicen las "malas" lenguas. Muchas gracias y un abrazo

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  5. Sí que puede Paco ¿o no? Mejor me lo pienso. Gracias señor Caro

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  6. Yo no lo llamaría pobre, al menos todavía. Gracias anónimo.

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  7. Pobre German.... ja ja ja...Me gustaaa

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  8. Me gusta ella, no tiene problemas en pedir el café como le gusta...

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  9. Esperemos que no se entere Natalia. Gracias, un beso.

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  10. Es muy clarita ella, Olga. Muchos besos

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