capítulo V

Suelo levantarme temprano. Aunque me haya acostado a las 4:00 de la mañana, lo que es bastante habitual. No hacer nada también requiere unos hábitos. Fumo un cigarro y caliento café. Desayunar llamo yo a eso. Visita de rigor al cuarto de baño y directo al ordenador. Compruebo mi correo. Me apunto a un par de ofertas de trabajo. Borro la publicidad (casi todos los mensajes). Respondo a los amigos que aún me aguantan, me preguntan cosas como: “¿Vienes mañana a un concierto de Jazz?”. Digo que no y me pongo a contar sílabas. Escribo un ridículo poema sobre las últimas nalgas visitadas, intento terminar otro que empecé hace un mes. Pongo un disco. Quique González, por ejemplo. Y termino dando vueltas por el Facebook sin pena ni gloria. No conozco a casi nadie ¿Quién coño es Azucena Leirado? Es guapa. Le escribo un mensaje al que no contestará. Dejavù.
Miro el reloj, casi las 11:30. Tres, dos, uno… Empiezo otra vez: tres, dos, uno… Suena el teléfono. Es mamá, siempre es mamá. Mi teléfono fijo se suicidaría si no fuese por mamá. Lo de siempre: “¿Has encontrado curro? ¿Te comiste la tortilla? ¿Has llamado a tus hermanos? Abrígate si sales que hace frío. Te quiero” Y se va hasta mañana. No me acordaba de la tortilla, hoy me ahorro cocinar. Me gusta cocinar, pero también no tener que hacerlo y que el tiempo corra libre por mi salón. He llamado a los del National Geografic para que documenten el acontecimiento. Han dicho que no, parece ser que no es algo extraordinario.
Salgo. Parada en el estanco. Un paquete de Fortuna y renovación del abono de transportes (los tiempos de Marlboro y gasolina permanecen en stand by). Cojo el metro hasta el bar. Reconozco las caras de diario y me escondo de ellas en el volumen del Ipod. Cinco paradas de camuflaje. Show must go on de banda sonora. Tres tramos de escaleras mecánicas. Setenta y siete pasos hasta el bar. En el cuarenta y cuatro paro en el kiosko: compro El Pais y el Marca. Llego, Damián saluda a través de los cristales. Los dos clientes más espabilados se me echan encima; el primero se hace con el Marca y el segundo se conforma con las noticias. Gruñe. En serio, los del National Geografic tendrían que hacerme caso.

-Buenas…
-¿Qué pasa mariquita? –Es muy cordial Damián-. ¿Botijo?
-Pues sí. ¿Has arreglado la cámara? Ayer estaban calientes.
-No estaban calientes.
-Bueno, pues poco fríos. No te mosquees.
-Pues eso. –Y me da un botellín helado. Ha arreglado la cámara.

Hablamos un rato. Desde ayer las novedades son pocas, pero hablamos. Hablar con Damián es fácil, es poco exigente y siempre me deja a medias. Si hay algo que no quiero contar remoloneo hasta que algún cliente pide otro azucarillo, que le caliente más la leche, le ponga una tostada… Vuelve y la conversación es otra. Dudo entre la falta de retentiva o el desinterés. Lo mismo da.

-Dos con diez –digo
-¿Qué?
-Joder, los periódicos. Siempre se te olvida.
-Lo que pasa es que tú siempre te acuerdas –ríe y paga.

Tiene la sonrisa torcida y los dientes igual pero en sentido contrario. Es su gesto más original y reincidente. Creo que la mayoría de sus jóvenes arrugas son víctimas de su sonrisa. Envejecer de risa. Es un buen plan.
Tres botellines y dos aperitivos más tarde me manda a comprar el pan y a por cambio. Dos hombres devoran las monedas frente a las tragaperras. El pan en la panadería, claro, y el cambio en el bar de en frente: La Carola. El dueño es amigo de Damián, exageradamente amigo siendo competencia. Me extraña y agrada. Suele tener cambio y siempre me invita a una cerveza.

-Dile que no sea tan perro, a ver si viene él a por el cambio que ya le vale –sobre Damián, dice. Por la media sonrisa que utiliza intuyo que está bromeando. No lo entiendo.
-Está liado, hay bastante gente –digo en un bar vacío.
-No sé cómo lo hace… -se le desintegra la sonrisa.
-Ni yo. Bueno, gracias por el cambio. Y por la birra.
-¡Díselo!
-Sí, sí, se lo digo. Adiós. –No se lo voy a decir.

Entrego el pan y el cambio. Bebo cerveza. Veo los videos musicales en la tele. Bebo cerveza. Fumo y bebo cerveza. El bar se llena de depredadores y festivales de cortejo. Tercer documental de la mañana. Entra Pamela con la compra. Dos besos y lo de siempre. Me obliga a tomarme otra cerveza antes de irme. Menos mal que me ha obligado, ni se me había ocurrido.
Me voy. Le he dicho a Damián que no volveré esta tarde. Se ha extrañado de que vaya a perderme el enésimo partido del siglo. Tengo un nuevo libro de Cohen y pienso leer lo que resta de día.

Panadería: ahora mi pan. Laura: aplaza de nuevo el café. Buzón: una carta del Ministerio de Trabajo. Mi piso: está hirviendo y huele a tabaco. Echo una meada, me lavo las manos y convierto la tortilla en un bocata de amplio espectro. Abro la última cerveza, no sabe igual que las del bar. Como y llevo el plato a la sala de espera de mi fregadero. Me derramo en el sofá. Y leo. Prefiero hacer esperar al ministro antes que al Sr. Cohen.

5 comentarios:

  1. Parece que la cosa se complica. La administarción como siempre, a joderlo todo. ¿Se quedará Damián sin contertulio? ¿Volverá la gritona?

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  2. Je je, ya veremos. Todas las preguntas tendrán su respuesta. No sé si es más preocupante la gritona o la administración. Ese abrazo

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  4. "Prefiero hacer esperar al ministro antes que al Sr. Cohen." Ahí m'as ganao.

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  5. Eso es muy autobiográfico además ja ja ja. Gracias Fran.

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