capítulo II

Vendrá a recogerme a las doce y diez. Me ducho y me visto informal, sin perfume. Aún me queda preparar un plan de huída. Hay tiempo. Es la cuarta o la quinta vez que quedo con una mujer que he conocido en Internet; es más fácil con las maduras. También más arriesgado. Esta vez no le he pedido fotos, se parecerá a las demás. Escribe como las demás.
Llego al lugar acordado, un golpe corto de claxon. Ahí está, Citroën Xara color granate. Subo al coche con decisión, me examina de un vistazo rápido. Creo que ha pensado “te estás quedando calvo”. No me preocupa. Ella es algo más gorda de lo que esperaba.

-Hola.-Le da un ataque de tos y repite el saludo.
-Hola Sonya.
-Miriam.-Replica algo molesta.
-Lo sé.-Prefiero llamarla por el nickname. Encariñarme no es lo que tengo previsto, así que mejor mostrar mi armamento de defensa desde el principio.

Durante el trayecto conversamos brevemente. Palabras de tanteo. Ella coge confianza más o menos rápido y me explica lo complicado que ha sido su día. Me importa lo justo. Con los pies he notado dos botellas de cristal bajo mi asiento. “Lo pasaremos bien” me ha dicho al oírlas chocar. Bajo la ventanilla y me deshago del plan de huída.
Es un apartamento pequeño, bonito como espacio pero decorado con todo el mal gusto posible. Me siento en el sofá. Sale de la cocina con una copa en cada mano, de un trago bebo la mitad. Termino rápido mi güisqui. Quiero ir a servirme otra copa pero no deja de hablar. Aprovecho una breve pausa y me levanto con el vaso. Apura su ron-cola y me pide que le sirva otro también a ella. Acepto a regañadientes.
He ido al baño unas diez veces. Todas ellas me he quedado mirando ¡una lavadora! ¿Eso no va en la cocina? Pues sí, va en la cocina. Al menos en las cocinas que suelo visitar. Me planteo si sólo conozco casas mal diseñadas o esta tipa es una excéntrica. Va a ser lo primero. Si es que tiene sentido. La ropa me la quito cuando está sucia, cuando estoy sucio me ducho, la ropa me la quito en el baño… Pues ya está, la lavadora en el baño. Lúcido arquitecto. Es una pena el tapiz de leopardo de los sofás; la lavadora pierde su glamour. ¿Qué decía? Ah, sí: meo y vuelvo al salón, vuelvo a mear y vuelvo a volver al salón. Diez meadas y diez regresos. Diez palabras por segundo en esa boca que no calla aunque yo piense en lavadoras.

La botella de ron está a dos vasos de su final, también la de güisqui. La última vez que miré el reloj eran las seis. Parece que empieza a agostársele la conversación.

-Va siendo hora de pensar en la cama.-Se ha dado cuenta de que llevo un rato pensándolo.
-Creo que sí. Estoy borracha.
-¿Dónde duermo yo? ¿Cama o sofá?
-Puedes hacer lo que quieras, hay confianza.-Qué confianza ni que ocho cuartos. No sabemos nada el uno del otro, a pesar de que me ha contado toda su vida.
-Entonces prefiero cama.

Se desnuda por completo antes de acostarse. A esto debía de referirse al hablar de confianza. Apago la luz. Me siento más cómodo así. Se apresura a apretarme contra ella. Me besa profundamente mientras sus manos se aseguran de que lo tengo todo en su sitio. Cuando tiene todas las pruebas en su tacto la acción se vuelve más violenta y precisa. Tiene el control. Lo prefiero.
No se ha quedado satisfecha hasta las nueve. Se acomoda en mi pecho y se duerme. Ronca. En cualquier otro momento no podría conciliar el sueño, pero el alcohol y el cansancio saben cómo hacer su trabajo. Estoy vacío.

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