capítulo I

La Galbana es el bar de Damián, un bar grande, menos grande que cómodo, y mantiene los botellines a un Euro. Vengo en horas muertas, cuando no corro el riesgo de que otros clientes me reconozcan. Damián me sirve una cerveza tras otra, y en cada atención me alimenta a base de fritanga. Sabe que no tengo donde caerme muerto desde que perdí trabajo y novia por ese orden. Nunca pago. Hemos llegado a un acuerdo sin contrato: yo limpio las mesas, hago los recados… y él me “cervecea” hasta que no me cabe ni un centilitro. Somos más amigos que nunca.

Llevo aquí casi dos horas con todos sus segundos (los normales y los irrelevantes) y he contado ciento veintidós clientes. Puedo adivinar lo que toman con sólo mirarles a los ojos: café, Castellana sin hielo, jarra muy fría, cubata matinal… Llevan la debilidad en la mirada. Ellos podrían jugar a lo mismo conmigo. Nadie me mira. Entran dos conocidos –calculé mal- y me toca rascarme el bolsillo. Solidaridad alcohólica. Cinco euros y dos cigarros menos; me acaban de joder el día. Damián bromea. No tiene gracia.
Por fin llega Pamela –su mujer (o así la llama él)- y me da un par de gloriosos besos que me dejan acomplejadas las mejillas. Hay veces, las menos, que sólo vengo aquí para verla. Ahora es morena y mantiene sus curvas perfectamente señalizadas después del tercer hijo. Creo que siente cierta lástima por mí, lástima sincera con la que logra esquivar mi parte más lasciva. Así está bien. Es todo lo que espero. Otro contrato sin letra pequeña.
Me ha puesto un plato de arroz repugnante, salado y caldoso. No me gusta pero no dejo ni un grano. “Qué tal” pregunta, “buenísima, como siempre”. Se enfada, odia que le mientan. Damián ríe por segunda vez. Vuelve a no hacerme gracia. Hoy no es nuestro día, suerte que la cerveza sigue siendo gratis.

Son las dos en punto. Tengo que irme. Este reloj del demonio es puntual como un orgasmo. Mañana volveré y le diré a Pamela que sus aperitivos son intragables. A no ser que decida disfrazarse con la blusa verde, no soy de fiar cuando pierdo el enfoque.

No hay comentarios:

Publicar un comentario