capítulo XX

He hablado con Verónica por teléfono. Una de las cosas buenas de este curro es que nos dejan hablar por teléfono. También se puede fumar, de momento. Las camareras abusan del teléfono y Joaquín del tabaco. Supongo que tarde o temprano al jefe se le hincharán las pelotas. Demasiada paciencia para un jefe. Decía, digo, que he hablado con Verónica. Es raro. Mi vida siempre ha ido por rachas. Tengo curro, me siento casi bien, bebo menos, he quedado con papá mañana, el piso está vendido… y Verónica quiere saber de mí. No hablamos desde lo de mamá. No me atrevería a decir que sé lo que quiere, pero si la conozco bien creo que se ha dado cuenta de los errores cometidos. Tal vez quiera redimirse. Confieso que no sé qué hacer, tendré que esperar a verla. Por un lado me metería un buen chute de ego diciéndole que todo se ha acabado y que si lo que quiere es follar, haré el esfuerzo. Por otro, estoy cansado de estar solo.
Hoy ha habido mucho trabajo, además los menús se me han pasado más lentos que nunca. Esperar a Verónica siempre ha sido largo, pero lo de hoy es excepcional. He tenido cuidado con no mancharme demasiado la camisa, me miro en el espejo de la barra cada cinco minutos y no me he peinado porque no tengo qué peinar. Siempre ha tenido la virtud de desmembrar mi paciencia.

Sirvo el enésimo café del día mientras preparo mentalmente mi encuentro con papá. Limpio las bayetas, recojo la barra, planeo mi día libre, me cago en el capullo de la editorial… Pienso también en Laura. La tenía bastante aparcada hasta hoy. No sé, hay días que el cerebro se pasa de revoluciones sin motivo aparente. Es otra de las cosas que Verónica produce en mí sin demasiado esfuerzo. Cuando el jefe me dice que limpie la cafetera y me vaya, Vero entra por la puerta. Vero, sí, la falta de distancia tiene estos efectos. Está preciosa. Los mofletes colorados y ha ganado un poco de peso. Lo que digo, preciosa. Voy hacia ella y Joaquín me da una palmada en la espalda. Me sustituye en la limpieza de la cafetera. Me seco el sudor y salgo a su lado.

-Vaya, así que aquí es donde curras. Está bien el sitio –saluda.
-Hola –saludo también.
-Me alegro de que te vaya bien.
-Yo también me alegro, pero no es tanto que me vaya bien.
-Ah ¿no? –dice sin sorpresa.
-Pues no, pero me siento en el camino. Paso a paso, ya sabes que a mí las prisas…
-A ti las prisas te encantan, lo que pasa es que no lo sabes.
-Lo que tú digas. ¿y tú qué?
-Bien… va bien. Tengo curro que no es poco.
-¿Y además del curro? –insisto en busca del motivo de este encuentro.
- De eso quería hablarte.
-Ya supongo. –Se que se me ha puesto mi inconfundible cara de listillo.
-No supongas mucho. –La cara se le pone color gazpacho y de pronto su mirada parece preocupada en el brillo de mis zapatos.
-¿Nos vamos?
-¿Ya has terminado?
-No, es que soy así de chulo y salgo cuando quiero.
-Vale, vale, vámonos simpático.
-Perdona, vamos.

Joaquín se despide y sonríe. El jefe me hace un gesto, entiendo que el próximo día me paga. Las camareras ni me miran, lo de siempre. Salimos al aparcamiento, el bochorno nos pone ojos de chino y el sudor vuelve raudo a mi rostro. Ella mira al cielo y respira con gula.

-¿Has venido en tu coche? –pregunto.
-Sí, claro, tranquilo que no tienes que llevarme.
-Joder, Vero, no lo digo por eso.
-Lo sé. Es que esto no es fácil, estoy muy nerviosa. –Una lágrima le parte en dos la mejilla izquierda, otra se apresura hasta su boca.
-¿Qué ocurre? –seco con el índice ambas gotas de sal-. Puedes confiar en mí, somos amigos ¿no? –aunque lo que tú quieres es algo más. Sé que no está bien, pero engordo un par de kilos intuyendo su arrepentimiento. Además, voy a decirle que no. Es verdad que está preciosa, pero también lo es que no estoy sintiendo nada, si dejamos a parte la amistad. Esta victoria me va a sentar muy bien.
-¿Recuerdas… es decir, los días que estuve en tu casa?
-Claro que lo recuerdo. Gracias. –El agradecimiento produce otras lágrimas que, esta vez, no seco. El demonio del hombro me obliga a disfrutar el momento. ¿Qué soy malo? Podría debatirse largo y sentado.
-No me tienes que dar las gracias, te di el cariño que necesitabas. Quería mucho a tu madre.
-Vero… hablar de mi madre no es oportuno. Estoy bien, pero no tanto.
-Uff -toma fuerzas con un enorme suspiro entrecortado.
-Suéltalo ya.
-Estoy embarazada.

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