capítulo XVI

Joaquín corre de un lado a otro. Necesita una media de cuatro o cinco viajes para hacer cada cosa. Viene a la barra a por el croissant, lo lleva a la plancha, vuelve a por un plato, se va a vigilar el dulce alimento, lo emplata y lo entrega en barra. A veces se regala otro paseíto y tiene que volver a buscar los cubiertos. Calculo en uno de cada cuatro casos. Mientras atiendo a los clientes, paso las comandas a Joaquín y sirvo café como para desertizar Colombia en un par de semanas. Ha bastado media Colombia para que me haga con los mandos de la cafetería. Ayuda que mi compañero nunca haya estado en el redil que es este lado de la barra. Desde el principio el Jefe decidió que la responsabilidad cayese sobre mí. Más responsabilidad, mismo dinero. No estoy para nada de acuerdo, pero me gusta. Desde que llegué me siento importante por el simple hecho de trabajar, creo; pero que depositen en mí confianza hace más fuerte la sensación.
A veces me cronometro. Justo en frente hay un reloj enorme con forma de botella. Cuando entran dos personas miro la botella y salgo como un resorte. Carga rápida de café, coloco los dos vasos, activo la máquina; a la que los vasos se llenan dos azucarillos y dos cucharas en una mano, los dos platillos en la otra, los monto frente al cliente; detengo los cafés, los pongo sobre el plato, “¿caliente o templada, señores?, sirvo la leche. ¡Perfecto! Veintidós segundos y nuevo récord. “Perdona ¿me pones mejor sacarina?”. A tomar viento el récord. Un café con leche sólo es un café con leche. Yo pido un café con leche y la próxima vez que hablo con el camarero es para pagarle. Estos cafés, los de lo pido y me lo bebo no deberían costar lo mismo que otros. Acaba de entrar por la puerta mi ejemplo de “otros”.

-Buenos días ¿qué hay? –saluda amablemente, cosa que siempre se agradece de este lado.
-Buenos días ¿qué ponemos? –respondo con la sonrisa que se ha buscado.
-Un descafeinado, por favor –dice confirmando que la amabilidad es gratis.
-¿Con leche?
-Sí, pero pónmelo de máquina.
-Claro ¿en vaso en taza? –No es por tocar las narices, es precaución. Los daños colaterales son terribles. A veces hasta puede pasar que tengas que volver a hacer el café.
-¿Cómo son las tazas? –dice remedándome sin darse cuenta, quiero pensar.
-Así. –Le muestro los dos tamaños.
-Pues entonces en vaso.
-Vale, en vaso entonces. –Ambos nos confirmamos con una mueca que esta no es la más normal de las conversaciones. El pensamiento finaliza riéndonos.
Sirvo el café con el proceso habitual.
-¿Tienes leche desnatada?
-Sí, un segundito. –Paseíto por la cocina hasta el almacén, cartón de leche desnatada, falso abrefácil, verter la leche, calentar y servir.
-Que esté templadita, por favor.
-Templadita está caballero.
-Y ya si me das sacarina, lo hacemos perfecto.
-Pues ya que hemos llegado hasta aquí, no lo vamos a estropear ¿no? –Sirvo la sacarina y objetivo conseguido.

A lo mejor éste no, que el “jodío” es simpático además de educado, pero otro café de las mismas características tendría que valer… ponle un cincuenta por ciento más. A lo mejor se inventaron por eso las propinas, para cuando hay un exceso de mano de obra. Joaquín pasa por delante con una tostada y un croissant, se le caen los cubiertos, da los buenos días al tipo del café light, se pone colorado y vuelve a por los cubiertos. El tipo me mira, pide la cuenta, paga y se va sin dejar propina. Deja antes de salir un agradable “gracias” y correcto “buenos días”, suficiente. El bar se queda vacío por primera vez en toda la mañana. Son las doce y cuarto.

El personal de tarde llega a la una, salvo la cocinera. Somos una fauna variadita por aquí. Dos camareras para el salón que se encargan de dar las comidas: Una joven que curra allí para sacarse unas pelas y comprarse un coche; otra mayor que no tiene más remedio que currar para llevar un plato de comida a su casa todos los días. Un pinche de cocina y una cocinera: El primero es un tipo con la misma edad que Joaquín y yo; la segunda una gorda que entra a trabajar a las diez y prepara los menús sin dirigirnos apenas la palabra. Cuando todos han llegado, sobre la una y veinte porque la camarera joven no debe de tener reloj, Joaquín y yo nos sentamos a comer rápidamente, engullimos un café con hielo para que las prisas no nos hiervan la lengua y de nuevo a la barra. El tiempo de los menús se pasa volando. A eso de las dos todos corremos de un lado para otro con diferentes niveles de eficiencia. A las cuatro todo ha terminado.
Hoy los menús han pasado sin pena ni gloria. No ha habido el trabajo que hubo el resto de la semana que llevo aquí, pero el tiempo ha corrido más o menos a la misma velocidad. Cuando acaba el turno de mañana voy a los vestuarios y me visto de calle, echo un vistazo y una nariz a la camisa. Aguanta otro día. Al salir Joaquín siempre está sentado en la barra pimplándose un güisqui solo y doble.

-Pues ya pasó otro día –dice, como siempre.
-Sí, mañana más y mejor. –También digo siempre lo mismo.
-¿Te hace una copa antes de ir a casa? –Esto es nuevo.
-No, gracias, otro día tal vez. Llevo algo de prisa –miento.
-Como quieras, yo es que necesito un ratito antes de atreverme a ir a casa.
-Otro día, de verdad. Hasta mañana –me despido en voz alta.
-Hasta mañana –responden descompasados Joaquín y las camareras.

Hoy tengo que pasarme por La Galbana, le dije a Damián que lo haría para contarle cómo es el nuevo curro. Durante un segundo he pensado en decirle a Joaquín que se viniese. Su imagen encorvado sobre la barra y sorbiendo con prisa su copa me quita la idea de la cabeza. Subo por los pelos al metro, ya sonaba el silbato. Menos mal, si no habría tenido que esperar tres minutos, o más. A estas horas los vagones van casi vacíos, así que me permito el lujo de leer. La semana que viene ya me habré terminado “La conjura de los necios”. Cuando el protagonista se dispone a soltar una de sus paridas, alzo la vista, falta una estación para llegar a mi casa. Otro día sin pasar por La Galbana. Luego llamo a Damián. No, mejor me paso ya mañana. Si le digo que llevo una semana saltándome la parada no me va a creer. Iré mañana, es lo mejor. Quisiera escribir algo esta tarde y, si llego pronto, me da tiempo también de pasar la aspiradora.

7 comentarios:

  1. Sintiendo las críticas / opiniones personales: Últimamente los capítulos se están poniendo boring. Vienen a ser demasiado fieles a la realidad. Es decir, has contado esos 10 minutos de todas las mañanas del 90% de la gente.

    Más que una novela, parece el blog sieso de "uno más". De esos que se dejan de leer porque no cuentan nada interesante. Y la forma de contarlo, quitando lo de echar un ojo y una nariz a la camisa, se echan en falta esas perlas brillantes de los primeros capítulos.

    un saludo!

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  2. Creo que no te falta razón, no te voy a mentir: me está costando y soy consciente de que ha ido perdiendo chispa. Irá toda mi intención en volver a levantarlo.
    Gracias por tu opinión sincera, es de ellas que se aprende. Este primer experimento en prosa no tendría sentido sin lectores que me digan las cosas como lo has hecho tú: a las claras, sin discriminación a la hora de destacar lo positivo y lo negativo.

    Mi abrazo y gracias de nuevo.

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  3. Y a mi que me parece magistral el fragmento de la "teoría del que pone el café y sus precios"...
    A mi que estoy al otro lado de la barra, me ha encantado verme pidiendo sacarina jeje, (lo de la leche desnata me supera...).

    Si te gustan las criticas te diré: ¡Bravo por la chispa!, pero no están mal estos capítulos de mecha larga.
    En cualquier caso, gracias amigo. Estoy más que enganchado.

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  4. Una estupenda descripción del quehacer diario, con su dosis de exactitud en cuanto a diversas circunstancias de un mismo tema. Me gustó, Antolín

    Un abrazo

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  5. jeje pues lo dicho, demasiada exactitud! lo del café es que es verdad como la vida misma. Bajo todos los días con un compañero. Todos los días lo mismo:

    - Yo un café con leche.
    - Yo un descafeinado. De sobre. En vaso. Con leche caliente. ¿Me puedes dar sacarina?

    En fin, me han afectado mucho la ronda de monólogos que nos vimos durante un tiempo, en los que dejó de tener chispa el "es gracioso porque es verdad", y estoy tocado por eso. De todas formas sigo fiel a la Galvana, fuente de perlas líricas épicas. Ahora cada vez que me miro en un espejo me pregunto: "¿Cómo me quedaría un sombrero?" ;-)

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  6. Gracias Quero. Es muy bueno conocer todo tipo de opiniones. Lo cierto es que me alegra mucho que te haya gustado y que, a pesar de haber levantado un poco el pie, seguís viniendo a La Galbana a tomar un tentempié cada semana. Estoy de acuerdo en que los capítulos de mecha larga, me gusta como lo has expresado, son muy necesarios; a lo mejor lo que ocurre es que he utilizado demasiados o los he utilizado en mal momento. Fuera como fuere La Galbana surgió un día con mucha ilusión y así va ha seguir hasta que termine. Gracias amigo por tu compañía y tu apoyo.
    Abrazotes man.

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  7. Bienvenido Carlos y muchas gracias. Es un placer encontrarte por estos lares.
    Ese abrazo.

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