Todo era un sueño de Resines. Ni siquiera muerto, dormido. Tócate los pies. Me tengo que quitar de la tele en horas puntas laborables. ¿Tan difícil es escribir un final en condiciones?
Mi viejo sigue en el pueblo, feliz y adinerado. Me puso un bar, un pequeño negocio que llevo como sé. Muy bien. La clave está en la tapa. Mahou y buenas tapas. Ni menús ni leches en vinagre, sólo una pequeña carta con unas diez opciones de tapeo. Las cañas bien tiradas y en vasos a la temperatura correcta. El precio a la altura necesaria, al cien por cien de beneficio. Gano poco más que un camarero. Pago el alquiler, los gastos, como aquí… y me queda algo más de lo que gana un camarero. Busco, pero no se me ocurren las quejas. Papá lo vio inaugurarse, dio la extremaunción a dos botellas y se evaporó. Nuestras dimensiones coinciden de vez en cuando al teléfono. Redención correcta. Amor controlado. Rencillas al contenedor amarillo.
Mi libro murió. Escritor, qué idea. Marta y papá insistieron unos meses. Él para poner la pasta, ella ni puta idea. Se cansaron. El cansancio es uno de mis más célebres aliados. Soy el puto amo a la hora de humanizar la desgana. Me parece que terminaron pensando “anda y que te den”. Y me dieron. No hay dolor. Iba a decir que los sueños están bien cuando permanecen en su estado primitivo de excusa para el fracaso, pero digo sueño y me vuelvo a acordar de Resines. Mal. No puedo prometer que no vuelva a idiotizarme. Lo mismo un día me levanto y el cable rojo y el azul se cortocircuitan y me da por cambiar el título y someter a evaluación mi nueva vida. No será pronto.
No he visto nunca más a Pamela ni a Damián desde que se separaron y él fue extraditado a algún lugar nórdico de este suculento país de variedad climatológica. Es jodido. Triste, también. La distancia lo fulmina todo. Es así y no acepto sugerencias. Ninguno de ellos sabe tampoco nada de mí. A Damián lo llevo conmigo, confieso. Quité de mi cabeza poner una foto suya presidiendo mi negocio. Aunque parezca mentira la causa no es el buen gusto. Es otra y me la quedo. Sigue siendo mi ídolo. Hago muy bien mi trabajo. Me gusta y lo hago muy bien. Soy un camarero de la hostia pero no he superado al maestro. Ni ganas. Él está bien con su estatus. Yo cómodo en el mío. Las quejas se mantienen en la idea de no manifestarse. Algunos de mis más fieles clientes eran contertulios adictos a La Galbana, de vez en cuando la nombramos. Anécdotas, acontecimientos deportivos, quién y cuándo dejó seca qué botella… Situaciones de extrema importancia todas ellas, no hay duda. El sistema nervioso de La Galbana. Las conversaciones siempre tienen el mismo punto y seguido: ¿Qué habrá sido de Damián?
Un año ha pasado. Un añazo entero con sus doce meses y sus doce causas. Un año fan de las balanzas, un año como un ministro de igualdad administrando penas y glorias. Señor Iván Ferreiro el equilibrio no era imposible. Lo que me recuerda que tengo la cocina llena de moscas. No funciona este puto aparato electrificainsectos. Para las moscas lo único que vale es el fli, que decía mi madre.
-¡Víctor! Llénanos –dejo el mocho, voy.
-La última, que me piro. ¿No tenéis casa?
-Vale, la última –ríen y aproximan sus vasos. Clientes bien enseñados.
-Pero no la última. LA ÚLTIMA, que nos conocemos. Venga, ésta a mi cuenta.
-Gracias tío. Oye, vente luego a tomar algo con nosotros, no estaremos mucho.
-Ya me conozco yo vuestros “no tardaremos mucho”. Paso.
-Mira que eres soso cuando quieres –dice uno.
-Calzonazos, más bien –tiene la amabilidad de destacar el segundo.
-Anda, vente joder. Te invitamos nosotros –vuelve a la carga el number one.
-Y tanto que me invitaríais vosotros, no te jode. Sólo faltaba.
-¿Vienes entonces?
-Qué no, coño, que tengo prisa.
Dos rondas después se dan por vencidos. A pesar de la falta de palabra de mis últimos clientes es relativamente temprano. Recojo las últimas evidencias alcohólicas. Apago el televisor, cierro las cámaras, apago la cafetera, bajo las luces, cojo las llaves. Me agacho para salir sin dejarme la cabeza en el cierre. Lo bajo. Echo la llave. He vuelto a olvidar poner la alarma. Aprenderé cuando me roben.
Miro el teléfono. Llamada perdida. Me esperan en casa.